Cuando estudié arquitectura, hace unas décadas, uno de los desafíos más grandes era comprender la magnitud del encargo, que incluía el contexto físico, los usuarios, los propósitos definidos por el mandante, el presupuesto, entre otros. Era esencial definir el programa adecuadamente para poder empezar a diseñar un edificio que considerara todas las variables mencionadas y que además fuera un aporte de valor estético para sus usuarios y entorno.
Hoy en día, esto ya no es suficiente. Los edificios que se diseñan en este mismo momento corren un riesgo inminente de quedar obsoletos y en desuso casi de inmediato. Lo que leíamos como titulares lejanos sobre las consecuencias del cambio climático, ahora se materializa en diversas localidades de nuestro país. En los últimos cinco años, las temperaturas máximas han superado el promedio histórico por 7° a 11°C, primero por días, luego por semanas y, más recientemente, por periodos que abarcan varios meses. Esto ha comenzado a hacer que los edificios sean inhabitables durante ciertas épocas del año y dependen de costosas soluciones de refrigeración.
El problema se intensifica en el caso de los edificios públicos, que no cuentan con un presupuesto permanente para financiar estas necesidades en su etapa operativa.
Entonces, ¿cómo podemos hoy desde la profesión, responder a un encargo de proyecto para que se mantenga operativo durante un periodo razonable, independiente de su tamaño?
El primer paso será tener un mandante informado y comprometido con el desafío. Luego debemos proponernos diseñar un edificio que pueda estar en operación al menos 80 años, disponiendo de un red multidisciplinaria que nos permita, en la fase de diseño, superponer todas las capas de información necesaria para un correcto desempeño futuro del edificio (regulaciones, envolvente, estructura, clima, sanitario, terminaciones, etc). Podría parecer excesivo contemplar tantos años, considerando que legalmente se consideran 50 años para edificaciones de muros sólidos, pero es crucial anticipar y prever cómo será el escenario futuro de la construcción en 50 años más, y de seguro el tomar una serie de adecuadas medidas hoy, será muy bien valorado en ese tiempo.
Luego, en línea con lo anterior, es crucial conocer la información climática histórica, presente y futura posible, para dimensionar y modelar las variables que afectan al edificio en su vida útil y garantizar su viabilidad.
También, es importante revisar el registro histórico del emplazamiento, para determinar si ha sufrido algún tipo de catástrofe, con el objetivo de prevenir posibles problemas desde el diseño.
La siguiente etapa es la de la definición de la solución del paquete constructivo, que idealmente debería integrar una visión industrializada en la concepción del diseño, con el fin de minimizar el uso de recursos materiales, que cada vez son más escasos. Esta también es una decisión acertada desde el punto de vista económico.
No olvidemos, que es un hecho de que en Chile, de cada 9 pisos por construir, uno terminará en un vertedero (ojalá legal), lo que resulta un despropósito significativo cuando se considera la productividad y eficiencia de todo tipo de recursos.
Al cruzar todas las variables mencionadas y otras adicionales, se puede lograr un proyecto adecuado, pero ¿termina ahí la responsabilidad desde el diseño?, la respuesta es no. Desde la fase de diseño, debemos considerar todo el ciclo de vida del edificio, incluyendo cómo operará, cómo se repara frente a la obsolescencia de sus terminaciones o instalaciones; y qué alternativas tiene de seguir operativo si cambia de uso, es decir, cuan flexible lo estoy diseñando, etc.
Después de considerar todo lo anterior, entonces podremos abordar la majestuosidad de la plástica y del arte, reflejando una arquitectura consciente de la sociedad actual y futura.