Cuando hablamos de minería profunda, especialmente en métodos de explotación por hundimiento como block caving o panel caving, uno de los fenómenos más críticos que enfrentamos es el estallido de rocas. No se trata de un simple desprendimiento: es la liberación violenta de energía acumulada en la roca, producto de tensiones in situ extremadamente altas, que pueden superar con creces la resistencia del macizo. Este tipo de evento, en fracciones de segundo, transforma energía elástica en energía cinética, expulsando fragmentos con una fuerza capaz de dañar sostenimientos, equipos e incluso poner en riesgo la vida de las personas.
En minería por hundimiento, las condiciones para que ocurra un estallido suelen estar dadas de manera natural: grandes profundidades, roca competente, geometrías extensas y secuencias de extracción que modifican drásticamente el campo de esfuerzos. Cada hundimiento genera una redistribución de tensiones que, si no es gestionada con precisión, puede detonar eventos de alta magnitud.
Mi experiencia me dice que el rockburst no es solo un problema técnico, es un punto de inflexión para la seguridad y la productividad. El desafío no está únicamente en detectarlo, sino en anticiparlo y mitigarlo sin comprometer la eficiencia del método. En un contexto donde la industria se mueve hacia yacimientos cada vez más profundos, ignorar este fenómeno es, en el fondo, hipotecar la viabilidad del proyecto a largo plazo.
Cuando hablamos de anticipación, la pregunta clave es: ¿qué es exactamente un estallido de rocas y en qué condiciones geomecánicas suele presentarse?
“El estallido de rocas es la liberación súbita y violenta de la energía elástica acumulada en el macizo rocoso, que se manifiesta con la eyección de fragmentos a gran velocidad en fracciones de segundo. A diferencia de un desprendimiento gravitacional, no se trata de un proceso lento o progresivo, sino de un fenómeno puramente dinámico y de alta energía, en el que la roca, al alcanzar un umbral crítico de tensión, falla de forma frágil e instantánea. En ese momento, la energía que estaba confinada en el interior del macizo se transforma casi simultáneamente en ondas sísmicas y en movimiento cinético de los fragmentos expulsados. Este comportamiento se presenta cuando las tensiones in situ superan la resistencia instantánea de la roca y esta ya no tiene capacidad de deformarse plásticamente para disipar la energía, lo que provoca una rotura explosiva del material.”
Tipos más comunes que se observan en mina
En la experiencia subterránea podemos reconocer tres manifestaciones:
- El estallido superficial en el contorno de la excavación, que se da en forma de desprendimientos laminares o en lajas debido a la concentración de esfuerzos en zonas recién excavadas.
- El estallido asociado a movimiento súbito en una falla o discontinuidad cargada, que libera gran cantidad de energía y puede afectar zonas alejadas del punto de origen.
- El estallido de pilares, cuando estructuras de soporte relativamente esbeltas ceden de manera violenta al estar sometidas a esfuerzos superiores a su capacidad.
Condiciones que favorecen su ocurrencia
Las veo principalmente en cinco situaciones:
- Profundidades elevadas, por sobre los 800 o 1.000 metros, donde las tensiones in situ son muy altas.
- Roca competente, con alta resistencia y baja fracturación, capaz de acumular grandes cantidades de energía elástica.
- Geometrías y métodos de explotación que concentran esfuerzos, como pilares pequeños, cambios bruscos de sección o avances rápidos.
- Presencia de fallas y juntas en orientaciones desfavorables, que pueden liberarse de manera súbita.
- Disparadores como tronaduras mal diseñadas, cambios abruptos en la secuencia de extracción o sismos, tanto inducidos como naturales.”
Particularidades en métodos por hundimiento: En block caving o panel caving, la redistribución de esfuerzos es mucho más intensa y rápida. El frente de socavación y los bordes del área de hundimiento concentran tensiones que favorecen estallidos.
Durante la propagación del hundimiento pueden activarse fallas, generando eventos sísmicos de magnitud suficiente para dañar niveles de producción, piques o estaciones de chancado. También en las bocas de extracción la combinación de vaciado, cambios de confinamiento y rigidez de la zona provoca eyecciones violentas. Los momentos más críticos son el inicio de la socavación, los cambios bruscos de ritmo de extracción y las transiciones geométricas dentro de la mina.
El estallido de rocas no es un hecho aleatorio: es el resultado de cómo interactúan las propiedades mecánicas del macizo, el estado tensional y las decisiones de diseño y operación. Por eso no basta con reaccionar, hay que prevenir. Una de las herramientas más efectivas para esto es el fracturamiento hidráulico, que consiste en inyectar fluido a presión en zonas de alta tensión para inducir microfracturas controladas. Con ello se reduce la resistencia local de la roca, se disipa parte de la energía acumulada y se redistribuyen los esfuerzos antes de que alcancen niveles críticos. Cuando se integra desde el diseño, el fracturamiento hidráulico no solo baja el riesgo de estallidos, sino que permite mantener la continuidad operacional sin exponer al personal a zonas inestables. En minería profunda, y especialmente en métodos de hundimiento, esta técnica debería considerarse una inversión estratégica más que un gasto puntual, porque contribuye directamente a la seguridad, a la vida útil de las excavaciones y a la sostenibilidad de la operación.
¿Cuáles son las principales diferencias entre el estallido de rocas y otros fenómenos de inestabilidad en minería subterránea?
En cuanto a las diferencias con otros fenómenos de inestabilidad subterránea, es clave entender que el estallido de rocas tiene un origen energético, mientras que los desprendimientos o caídas de techo responden principalmente a fallas gravitacionales o degradación progresiva del macizo. El rockburst es extremadamente rápido, sin aviso perceptible, y con material expulsado en forma balística; en cambio, otros colapsos suelen mostrar deformaciones previas y su material se desploma por gravedad. Además, requiere condiciones de roca competente y tensiones altas, algo que no necesariamente se da en otros tipos de inestabilidad. Confundirlos es peligroso, porque lleva a aplicar medidas de control inadecuadas y subestimar la magnitud de la energía involucrada.
¿Cuáles son los principales riesgos para los trabajadores ante un evento de estallido de rocas?
Respecto a los riesgos para los trabajadores, hay tres que considero prioritarios. El primero es el impacto directo de fragmentos a alta velocidad, que puede ser letal incluso con elementos de protección personal avanzados. El segundo es el daño estructural al sostenimiento, lo que deja sectores expuestos a colapsos secundarios. El tercero es la interrupción de rutas de escape y el atrapamiento, agravado por daños a equipos, sistemas de ventilación, líneas eléctricas y tuberías. A esto se suman los efectos psicológicos: el estrés postraumático que puede generar en las cuadrillas un evento de este tipo es real y tiene un impacto en la toma de decisiones y la productividad.
En un contexto como el de El Teniente, donde se opera a profundidades que superan con creces los 800 metros y en sectores que sobrepasan los 1.000 metros bajo superficie, estos riesgos adquieren otra dimensión. El impacto directo de fragmentos no es solo un riesgo puntual: la energía que puede liberarse en un estallido de rocas en un macizo tan competente y con tensiones tan elevadas es suficiente para atravesar mallas, dañar pernos de anclaje y comprometer sostenimientos diseñados para cargas estáticas, no dinámicas.
El daño estructural al sostenimiento en minería profunda no se limita a un área reducida; puede generar inestabilidad progresiva en zonas adyacentes, porque la liberación súbita de energía modifica el campo de esfuerzos, y eso puede detonar fallas secundarias en sectores aparentemente estables. En El Teniente, donde las redes de galerías y macroinfraestructura son extensas, un evento en una zona crítica puede tener efecto dominó sobre áreas de alto tránsito o sobre infraestructura clave del método de hundimiento.
Y no podemos minimizar el factor humano. En un entorno como El Teniente, donde el método de explotación y las condiciones geomecánicas generan un estrés basal alto, un estallido de rocas significativo no solo deja huella física, sino también psicológica. El miedo a que “pueda volver a pasar” puede condicionar la manera en que un trabajador enfrenta su turno, su disposición a trabajar cerca de frentes activos y su confianza en los protocolos. Si no abordamos esa dimensión, la productividad y la seguridad se ven afectadas por igual.
¿Cómo ha evolucionado la normativa o los protocolos de seguridad frente al estallido de rocas en los últimos años?
En los últimos años, la normativa y los protocolos han evolucionado de forma significativa. Hoy es común el uso de monitoreo sísmico en tiempo real, con redes de geófonos que permiten detectar patrones y anticipar zonas críticas. También se han incorporado protocolos de evacuación dinámica, que definen zonas de exclusión temporales después de tronaduras o eventos sísmicos relevantes. El preacondicionamiento mediante fracturamiento hidráulico, perforaciones de alivio y tronaduras de destensionamiento se ha masificado como una herramienta preventiva. En Chile, el Reglamento de Seguridad Minera y guías técnicas asociadas han avanzado en establecer requisitos mínimos para operaciones con riesgo sísmico alto, incluyendo planes de respuesta específicos.
Ahora, mi mirada crítica al futuro es clara: la normativa sigue siendo más reactiva que preventiva. Necesitamos integrar desde la etapa de diseño un enfoque sismorresistente, que optimice geometrías, secuencias y cronogramas para minimizar la concentración de tensiones. El monitoreo sísmico debe dejar de ser un requisito administrativo y convertirse en una herramienta viva para la toma de decisiones en terreno. En los próximos 10 años, la minería profunda segura dependerá de la integración de modelos predictivos 3D en tiempo real, inteligencia artificial para detección temprana y una cultura de seguridad que entienda que el estallido de rocas no es un evento inevitable, sino un riesgo que se puede gestionar estratégicamente.
Mirando en perspectiva, a lo ocurrido recientemente en El Teniente es una señal que no podemos ignorar. Se trata de una operación que, por su profundidad y escala, vive constantemente bajo un régimen de tensiones geomecánicas extremas, donde un posible estallido de rocas (esperando resolución de investigaciones), como el que provocó esta tragedia, tiene un potencial destructivo inmenso. La pérdida de seis trabajadores, en su mayoría contratistas, evidencia que la cultura de seguridad debe integrarse de manera transversal, sin distinciones entre personal propio y externo.
El accidente demuestra que, incluso con sistemas de monitoreo sísmico de última generación, seguimos operando de forma mayoritariamente reactiva. La verdadera gestión del riesgo no está en evacuar rápido, sino en diseñar desde el inicio con criterios sismorresistentes: geometrías que eviten concentraciones de esfuerzos, secuencias de extracción que minimicen cambios bruscos en el campo tensional y preacondicionamientos que disipen energía antes de que se acumule peligrosamente.
No podemos olvidar el impacto humano. Un evento de esta magnitud no solo daña infraestructura, sino también la confianza y el bienestar psicológico de quienes deben volver a trabajar en esos mismos frentes. En minería profunda, donde la presión física y mental ya es alta, esto puede marcar la diferencia entre un equipo seguro y uno vulnerable.
La lección es clara: la minería profunda del futuro no puede basarse únicamente en tecnología o normativa. Debe ser más preventiva que reactiva, más estratégica en la gestión de tensiones y, sobre todo, más humana. Ninguna meta de producción justifica poner en riesgo la vida de quienes hacen posible que la operación exista.
Mi visión es que el estallido de rocas no debe abordarse solo como un problema de control geomecánico, sino como un desafío integral que involucra diseño, operación y cultura de seguridad. En la minería profunda, la diferencia entre operar de manera segura o vivir con riesgo permanente está en anticipar y gestionar el fenómeno desde la concepción misma del proyecto.
Esto implica que, en el futuro, los yacimientos que se desarrollen por sobre los 1.000 metros de profundidad deberán incorporar sistemas de monitoreo sísmico predictivo, modelación dinámica de tensiones en tiempo real y estrategias de preacondicionamiento sistemático. No se trata solo de extraer mineral, sino de hacerlo bajo un esquema de explotación sostenible, donde la seguridad, la eficiencia y la integridad de las personas estén al mismo nivel que la rentabilidad del negocio.

