Rehabilitación estructural, nuestra nueva normalidad
Hace un poco más de 30 años volvió la democracia a Chile, inaugurando uno de los periodos de mayor desarrollo y esplendor de la minería nacional. Dicho hito coincidió con la llegada de las grandes compañías mineras internacionales, trayendo consigo el boom minero de la década del 90.
Entre 1990 y el 2000 se realizaron cuantiosas inversiones en minería, que nos permitieron pasar de ser uno de los tres países que más cobre producían en el mundo, junto con EEUU y la URSS, a ser el líder indiscutido a nivel mundial, posición que se ha mantenido por más de tres décadas.
Chile elevó su participación de un 18% en 1990 hasta un 35% al término de ese siglo, el aumento del porcentaje fue en gran parte gracias a la inversión en minería privada. Si bien Codelco aumentó su producción en un 27%, la minería privada lo hizo en casi ocho veces, pasando de las 393 mil toneladas de cobre fino a la impresionante cifra de 3.086.
Esos años abrieron operaciones Escondida y Cerro Colorado de BHP Billinton; Candelaria de Freeport McMoran y Sumitomo; Quebrada Blanca de Teck Resources; Radomiro Tomic de Codelco; Zaldívar y Pelambres de Antofagasta Minerals; El Abra de Freeport McMoran y Codelco; Collahuasi de Xstrata, Anglo American y Nippon Mitsui; y Lomas Bayas que fue inicialmente de Falconbridge y ahora pertenece a Glencore.
A pesar de que cada una de esas plantas de beneficio ha generado cuantiosos recursos para sus dueños y accionistas, así como para el estado de Chile a través de impuestos y royalties, no se ha realizado un monitoreo, reparación y mantención sistemática de los activos estructurales, que luego de más 20 años de operación muestran un deterioro que es evidente.
A la luz pública solo han llegado los casos más visibles, como lo fue el 2010 el colapso del sistema de carga de concentrado de cobre de Puerto Patache en Iquique, que le costó la vida a tres trabajadores; en el 2019 en Puerto Patillo falló una correa transportadora que cargaba sal a un buque granelero; o más recientemente, el año pasado cuando cedió el domo y una correa transportadora en Chuquicamata, causando la pérdida de un 15% de alimentación de mineral a la planta concentradora.
Todos estos casos han sido públicos, pero ¿cuántas fallas más han sucedido sin que nos enteremos de mayores detalles? Por las redes sociales circulan fotografías y videos de situaciones muy complejas, pero la falta de comunicación oficial de las mineras ha ayudado a dejar cada uno de estos casos en la nebulosa, impidiendo que lecciones detectadas se transformen en lecciones aprendidas.
Entre la estrechez del precio del metal rojo, y los cada vez más crecientes costos de producción, el gran trabajo para la próxima década será mantener y rehabilitar dichas plantas, las cuales han sobrepasado largamente el periodo de tiempo para el cual fueron diseñadas.
En algunos casos se tendrán que realizar actualizaciones tecnológicas, pero en otros, simplemente se deberán realizar reparaciones estructurales que permitan mantener el ritmo de producción por unos pocos años más.
Se nos viene un mundo nuevo, a pasos agigantados, que traerá grandes desafíos a los que nos dedicamos a mantener las cosas en pie durante y después de un terremoto. Dichos retos nos obligarán a inventar nuevas soluciones.
Necesitaremos desarrollar las herramientas que nos permitan sortear esta nueva etapa, la cancha está disponible para que cada uno de nosotros despliegue todo lo aprendido en las décadas pasadas en cada una de nuestras disciplinas.
Las ideas del pasado nos darán un buen pie para enfrentar este nuevo futuro, pero estoy seguro, así como la generación anterior estuvo a la altura para lograr construir y poner en operación una impresionante cantidad de nuevas plantas, ahora nos toca a nosotros el repararlas, reforzarlas y rehabilitarlas para que sigan generando recursos en beneficio de cada uno de los habitantes de esta larga y angosta faja de tierra. Leer más