Las catástrofes generadas por una amenaza de origen natural y los desastres provocados por el hombre representan un desafío constante para las comunidades urbanas en toda América Latina y el mundo (últimos caso en España y Argentina son prueba de esto). La reciente emergencia ocurrida en Bahía Blanca, Argentina, (630 kilómetros al sur de Buenos Aires) nos brinda la oportunidad de examinar las vulnerabilidades estructurales, sociales y ambientales que podrían manifestarse de manera similar en ciudades chilenas, dadas las similitudes geográficas, climáticas y de desarrollo urbano entre ambos países.
El 7 de marzo de 2025, Bahía Blanca, Argentina, enfrentó una emergencia devastadora debido a lluvias extremas que provocaron inundaciones severas. En solo ocho horas, cayeron 400 milímetros de agua, equivalente al promedio anual de la ciudad. Esto resultó en la evacuación de aproximadamente 1500 personas, la desaparición de dos menores y la trágica pérdida de al menos 16 vidas.
Estas lluvias extremas fueron el resultado de una combinación de factores meteorológicos y climáticos. Un frente frío que ingresó desde el sur interactuó con una masa de aire cálido y húmedo proveniente del Amazonas, lo que generó tormentas severas y persistentes sobre la región. Este fenómeno, conocido como "cloudburst", provocó lluvias intensas concentradas en un corto período de tiempo.
La infraestructura de colección de agua lluvias y alcantarillado de la ciudad no pudo manejar el volumen de agua, exacerbado por la ubicación geográfica de Bahía Blanca en la cuenca del arroyo Napostá Grande. Pese a que las autoridades locales y nacionales implementaron medidas de emergencia, incluyendo patrullajes, registros de desaparecidos y asistencia humanitaria, la respuesta inicial a la emergencia fue criticada por su descoordinación. Durante las primeras 24 horas, existió confusión entre los diferentes niveles de gobierno sobre quién debía asumir el mando de las operaciones. Esta situación mejoró cuando el gobierno nacional declaró zona de catástrofe a Bahía Blanca y asumió la coordinación general de la respuesta.
Se desplegaron unidades del Ejército Argentino, la Armada y la Fuerza Aérea para asistir en las tareas de rescate y evacuación. Organizaciones como Cruz Roja Argentina, Cáritas y múltiples ONG's se sumaron a los esfuerzos, estableciendo centros de acogida y distribuyendo ayuda humanitaria.
Conclusiones
La emergencia de Bahía Blanca en marzo de 2025 representa una advertencia importante sobre los riesgos que enfrenta Chile ante la combinación de vulnerabilidades estructurales, eventos climáticos extremos y concentración industrial en zonas urbanas. Si bien existen diferencias significativas entre ambos países, las similitudes son suficientes para justificar una revisión profunda de los Planes de reducción de riesgos de Desastres y los planes de emergencia en Chile.
La experiencia argentina demuestra nuevamente que los desastres no son “naturales”, sino que resultan de la interacción entre fenómenos naturales y vulnerabilidades socialmente construidas a lo largo del tiempo. La urbanización desordenada, la degradación ambiental, la infraestructura poco resiliente y las deficiencias en la gestión del riesgo son factores que pueden transformar un evento meteorológico extremo en una catástrofe de gran magnitud.
Para Chile, el desafío es doble: por un lado, prepararse para enfrentar emergencias similares a corto plazo, mejorando sus sistemas de alerta temprana, respuesta y coordinación; por otro, implementar cambios estructurales a mediano y largo plazo que reduzcan las vulnerabilidades subyacentes y aumenten la resiliencia de sus ciudades y comunidades.
La tragedia de Bahía Blanca debe servir como un llamado a la acción preventiva, recordando que invertir en prevención no solo salva vidas, sino que resulta económicamente más eficiente que enfrentar los costos devastadores de la reconstrucción post-desastre. Chile tiene la oportunidad de aprender de esta experiencia y fortalecer sus capacidades antes de que un evento similar ponga a prueba el SINAPRED.
En última instancia, la pregunta no es si un evento similar podría ocurrir en Chile, sino cuándo ocurrirá y qué tan preparado estará el país para enfrentarlo. Las decisiones que se tomen hoy determinarán la diferencia entre una emergencia manejable y una catástrofe de proporciones históricas.