Durante la última década, la minería ha avanzado en la medición de su huella organizacional, reportando emisiones de Alcance 1 y 2, sumando en los últimos años el Alcance 3. Sin embargo, el mercado global de cobre ya no se conforma solo con ese indicador. En Europa y Asia, compradores, inversionistas y reguladores exigen conocer cuántas toneladas de CO₂ equivalentes (CO2e) se generan por cada tonelada de cátodo, concentrado o ánodo. De esta forma, la Huella de Carbono de Producto se convierte en un pasaporte comercial: un requisito que, además de abrir puertas, empieza a influir en precios, financiamiento y en la preferencia de clientes estratégicos.
Tres claves para entender el cambio
- La lógica “gate-to-gate” (por proceso) quedó atrás
Calcular emisiones solo en la etapa operacional ya no es suficiente. La Huella de Producto incorpora un análisis más completo bajo enfoques cradle-to-gate (de la cuna a la puerta) e incluso cradle-to-grave (de la cuna a la tumba), cuando el cliente lo requiere. Esto significa incluir todo el ciclo productivo: desde insumos y energía, hasta transporte y despacho. Con este enfoque, la comparación entre proveedores se vuelve más justa y transparente, mostrando diferencias reales en el desempeño ambiental de cada faena.
- Estándares robustos y convergencia internacional
La Huella de Producto debe construirse bajo normas reconocidas como ISO 14067, el GHG Protocol Product Standard y las guías sectoriales elaboradas por ICMM o la International Copper Association. Estos marcos aseguran consistencia, comparabilidad y evitan caer en greenwashing. Además, la discusión se cruza con esquemas emergentes como el Product Environmental Footprint (PEF) impulsado por la Unión Europea, que amplía el análisis hacia categorías como agua, acidificación o toxicidad. Su implementación podría derivar en exigencias de etiquetado ambiental, lo que obligaría a proveedores globales a alinearse bajo criterios comunes, fortaleciendo la trazabilidad y la confianza del consumidor.
- Ventaja competitiva más allá del cumplimiento
Un cátodo con 1,7 tCO₂e/t frente a otro de 3,5 tCO₂e/t no solo muestra un dato ambiental: puede definir el éxito o fracaso de una negociación. Fabricantes de automóviles, baterías y electrónica están mapeando su huella de carbono incorporada, y seleccionar un proveedor con menor impacto es parte de su estrategia. En este escenario, contar con una verificación externa, por ejemplo, una Declaración Ambiental de Producto, otorga credibilidad y puede transformarse en el factor decisivo para cerrar contratos, acceder a financiamiento verde o incluso obtener primas de precio.
Además, la Huella de Producto, permite focalizar esfuerzos a compañías multi faenas, donde por cuestiones estratégicas, les conviene reducir más rápidamente las emisiones de una faena por sobre otra.
Una oportunidad país
El cobre chileno, clave para la transición energética global, tiene una oportunidad única: liderar no solo en volumen y calidad, sino también en desempeño climático. Incorporar la Huella de Producto como estándar sectorial permitiría fortalecer la posición de Chile en un mercado cada vez más diferenciado por atributos ambientales. La adopción temprana de metodologías internacionales, junto con procesos de verificación independientes, facilitará la entrada a mercados exigentes, reforzará la confianza de inversionistas y abrirá espacio a innovaciones tecnológicas que reduzcan aún más la intensidad de carbono. Para lograrlo, será clave la coordinación público-privada y la integración de toda la cadena de valor minera.
En definitiva, la Huella de Producto no es solo una exigencia comercial: es una herramienta de competitividad estratégica. Quien la adopte con seriedad no solo estará en mejor posición para asegurar contratos, sino que contribuirá a posicionar al cobre chileno como un insumo esencial y confiable en la descarbonización global.