La aparición de fisuras en el hormigón es uno de los principales factores que comprometen su durabilidad. Su origen puede ser: la retracción plástica y térmica, la evaporación prematura del agua, cargas mecánicas mal distribuidas, recubrimientos deficientes o diseños que favorecen concentraciones de esfuerzos. Hormigones con alta dosis de cemento y/o de resistencia temprana favorecen el escenario para que ocurra la fisuración, ya que generan más calor de hidratación y gradientes de temperatura. Estas fisuras no son solo un problema estético: actúan como vías de ingreso de agua, cloruros, dióxido de carbono o sulfatos, acelerando la corrosión de armaduras y reduciendo significativamente la vida útil de la estructura ya que aumenta su permeabilidad.
Para una adecuada gestión es clasificarlas en activas o inactivas. Las fisuras activas, también llamadas “vivas”, son aquellas que evolucionan en el tiempo, ya sea en abertura o longitud, y requieren monitoreo constante. Una técnica práctica de obra es el “puente de yeso”: se coloca yeso fresco sobre la fisura y, si al cabo de unos días reaparece la abertura, se confirma que está activa. Por el contrario, las fisuras inactivas son estables y, en general, más sencillas de reparar.
En cuanto a su tratamiento, las fisuras activas demandan productos flexibles, con elasticidad que acompaña los movimientos del material, destacando resinas acrílicas o sellantes especiales. Las fisuras inactivas, en cambio, admiten soluciones más rígidas como resinas epóxicas inyectadas a presión, sellando y retituyendo la continuidad del material. La elección del producto también depende del ancho: resinas de baja viscosidad para fisuras finas, productos de mayor densidad para anchos relevantes, y grout en fisuras superiores a 6 mm.
Respecto del control de fisuración, este no puede desligarse del uso previsto de la estructura, según el ACI, la aceptabilidad del ancho de fisura depende tanto del ambiente de exposición como de la función del elemento. Así, mientras en elementos no expuestos se admiten anchos de hasta 0,3 mm sin comprometer la durabilidad, en ambientes húmedos o con presencia de agentes agresivos los límites se reducen, para evitar el inicio de corrosión en las armaduras. También, en componentes con exigencias arquitectónicas, el criterio puede ser aún más restrictivo, privilegiando la estética además del desempeño estructural.
La gestión en obra exige un levantamiento intencionado, mediante pictogramas o mapas de fisuras que identifiquen patrones, ubicación y anchos, apoyados por una regla de fisuras. Se debe verificar si el elemento está en ambiente agresivo y consultar al calculista para determinar si la fisuración compromete la capacidad estructural.
En paralelo, se deben reforzar medidas preventivas: curados prolongados y protección contra evaporación excesiva deben ser consistentes con el uso de la estructura y su exposición.
Un punto sensible es la responsabilidad frente a la aparición de fisuras. En la práctica, se generan controversias entre mandantes, proyectistas, suministrador y contratistas. Determinar el origen resulta fundamental: si responde a errores de diseño o especificación, la responsabilidad recae en el proyectista; si es por deficiencias de ejecución o curado, en el contratista; si las condiciones de operación exceden lo previsto, puede corresponder al mandante; y si se deben a discontinuidad del despacho, al suministrador. Por ello, la documentación y trazabilidad de las medidas preventivas y correctivas permite resolver conflictos objetivamente.
Así, las fisuras en el hormigón no pueden eliminarse al 100%, pero sí gestionar para reducir su impacto en la durabilidad y funcionalidad de las estructuras. Identificar su origen, clasificarlas adecuadamente y aplicar técnicas de reparación correctas permite extender la vida útil de las obras y evitar controversias innecesarias. La fisura no debe ser un problema silencioso, sino un aspecto bien gestionado en obra.