El hormigón, un material sustentable que resiste al tiempo

Desde las civilizaciones antiguas, el hormigón ha demostrado una capacidad única para perdurar. Estructuras como el Panteón de Agripa o los acueductos romanos se mantienen en pie tras casi dos milenios, testigos de una tecnología que, incluso en sus formas más primitivas, ya incorporaba una visión de sostenibilidad basada en la durabilidad. Lo que permanece en el tiempo requiere menos recursos para ser reemplazado, y en ello radica parte de su aporte a la sustentabilidad.

Hoy, el hormigón es el material de construcción más utilizado del mundo y constituye la base del entorno construido contemporáneo. Su versatilidad lo hace indispensable en obras civiles, viviendas e infraestructura. Frente a otros materiales, puede presentar una huella de carbono inicial mayor, pero al considerar su análisis de ciclo de vida —que incluye fabricación, uso, mantenimiento y fin de vida— el panorama cambia. Según un análisis liderado por Josefine Olsson (Universidad de California Davis, 2024), el hormigón convencional alcanza en promedio 300 kg CO₂/m³, pudiendo reducirse hasta 200 kg/m³ con adiciones minerales o geopolímeros. En Chile, el uso regular de puzolanas ha hecho al país precursor en estas aplicaciones. Aún más relevante es que, a lo largo de su vida útil, el material puede reabsorber hasta un 55 % del CO₂ emitido mediante carbonatación y requiere escaso mantenimiento. Durabilidad, transporte y uso deben integrarse para una evaluación realista de la sostenibilidad estructural, ya que las emisiones “por año de servicio” disminuyen en estructuras de larga vida útil.

La sustentabilidad del hormigón depende en gran medida de su correcta dosificación. Un exceso de cemento no solo incrementa la huella de carbono —al ser el cemento el principal responsable de las emisiones—, sino que también puede provocar fisuración, pérdida de durabilidad e impermeabilidad. Optimizar las proporciones de las mezclas no es solo una cuestión técnica, sino ambiental. La industria del cemento ha avanzado en reducir su impacto mediante la sustitución parcial del clínker y el desarrollo de cementos bajos en carbono, además del reemplazo de combustibles fósiles por otros menos contaminantes en la calcinación.

A ello se suma la posibilidad —incorporada en normas desde hace años— de usar agua reciclada en las mezclas, reduciendo el consumo de recursos naturales. En paralelo, los avances en la industria de los aditivos han transformado profundamente la tecnología del hormigón. Los aditivos hiperplastificantes han permitido el desarrollo de hormigones autocompactantes, que mejoran la fluidez sin aumentar el contenido de agua, facilitando vaciados uniformes en elementos de densa armadura o zonas de difícil acceso. Con ello, se optimizan rendimientos, se reduce la mano de obra y se acortan los tiempos de ejecución, aportando eficiencia y menor impacto en la obra.

La mejora continua en la construcción pasa por aumentar la eficiencia de cada metro cúbico de hormigón colocado, integrando ciencia, normativa y conciencia ambiental. En este camino, los sistemas prefabricados aportan beneficios concretos: reducen pérdidas, corrigen errores y optimizan el uso de recursos al trabajar en entornos controlados que garantizan precisión, calidad y menor desperdicio. A ello se suman los avances en impresión 3D con hormigón, que abren nuevas posibilidades de diseño y fabricación con menor consumo y tiempo. Todo esto exige mano de obra calificada, capaz de aplicar estas tecnologías con criterio técnico y compromiso ambiental. Así, el hormigón es una plataforma de innovación permanente que, bien gestionada, puede impulsar edificaciones más eficientes, sostenibles y duraderas.