En el debate sobre sostenibilidad en el entorno construido, la atención suele concentrarse en las fases de diseño y construcción. Sin embargo, es en la operación, esa etapa prolongada y continua que define la vida útil de un edificio, donde se concentra la mayor parte de su huella ambiental y su potencial de transformación. Hasta el 72% de las emisiones de carbono de un edificio, en un ciclo de vida de 60 años, provienen de su fase de uso. Por lo que es fundamental considerar y replantear la manera en que evaluamos el valor de un activo, incorporando una visión ampliada que va más allá del retorno de inversión (ROI) y que integra factores como la valorización del inmueble, la reducción de costos operativos, la atracción de inversiones, la mitigación de riesgos reputacionales y técnicos, la estabilidad operativa y beneficios intangibles como el bienestar de los usuarios y la permanencia del talento.
En este sentido, la sostenibilidad en operación deja de ser una medida ambiental aislada y se consolida como una decisión de gestión inteligente, alineada con los objetivos corporativos, regulatorios y climáticos actuales. La operación sostenible, respaldada por herramientas como LEED para Operación y Mantenimiento (LEED O+M), emerge como una vía comprobada para reducir consumos de energía y agua, mejorar el bienestar de los ocupantes y optimizar la rentabilidad de los activos. El reciente estudio del Consejo Colombiano de Construcción Sostenible, Más valor y mejor desempeño: El negocio de operar bien, realizado junto al GBCI y los Green Building Councils de México, Guatemala, Chile, Ecuador, Panamá y Argentina, demuestra que el 72% de los proyectos analizados logró ahorros significativos en energía y agua, y que el 70% reportó mejoras en salud y confort de los usuarios.
Estos beneficios no se limitan a la eficiencia de recursos. El 83% de los proyectos afirmó que la certificación ha facilitado relaciones con clientes corporativos con criterios ASG, y el 50% reportó aumentos en rentabilidad gracias a una operación eficiente, mayor bienestar de los ocupantes y ventajas competitivas. Se trata, en definitiva, de una estrategia de gestión inteligente que incrementa el valor y la resiliencia de los activos, pues la principal razón por la que hoy los proyectos buscan certificarse es la implementación de políticas de sostenibilidad corporativa, de acuerdo con el 53 % de los entrevistados, a ello se suma, la necesidad de generar confianza entre inversionistas, cada vez más atentos a los riesgos climáticos y de desempeño, lo que convierte a la sostenibilidad en operación en un factor decisivo para acceder a capital, fortalecer la reputación corporativa y asegurar la permanencia en un mercado cada vez más exigente.
No obstante, la adopción de prácticas de operación sostenible enfrenta barreras estructurales. Persisten retos técnicos y presupuestales para modernizar sistemas obsoletos, dificultades de coordinación en edificios con múltiples propietarios o arrendatarios, y la necesidad de medir de forma más integral los beneficios para facilitar la toma de decisiones. Además, el acceso a incentivos sigue siendo limitado, solo el 14% de los proyectos encuestados logró beneficiarse de estos.
Así, operar bien un edificio no es únicamente mantenerlo funcional, es gestionarlo como un activo vivo que interactúa con su entorno, que consume y regenera recursos, y que influye directamente en la salud, el bienestar y la productividad de las personas. En este contexto, las edificaciones existentes en Latinoamérica representan una oportunidad decisiva para acelerar la acción climática mediante su gestión sostenible. Reducen riesgos y costos operativos, preservan o incrementan el valor de los activos y se consolidan como elementos más resilientes ante un escenario donde el cambio climático es un riesgo creciente para el sector inmobiliario y financiero y una oportunidad estratégica para quienes sepan gestionarlo adecuadamente.